Cada vez
que alguien se entera de que soy un “Observador” viene a la conversación la
siguiente pregunta: ¿Cuál es el planeta más raro que encontraron? Y cada vez
que es tirada en la mesa esa pregunta un titubeo se apodera de mi cabeza. ¿Será
ese planeta cuya raza alcanzo a salvarse de el estallido de su estrella binaria con
un éxodo masivo, escapándose en el espacio y convirtiéndose por obligación en
la primera civilización errante?, ¿O el gigante amarillo donde encontramos vida
a base de silicio y acido sulfúrico, en los cuales sus organismos vivían
dejando tras de sí una estela de arena, subproducto de su respiración? Venimos
explorando el universo hace miles de siglos, encontramos y catalogamos millones
de planetas, muchos más que ninguna otra cultura existente y es difícil elegir cuál
es el más interesante. Pero hay uno en particular que nunca puedo olvidar. No es
por el planeta en sí. Sino por su interesante peripecia.
Hace un
par de generaciones, un grupo de observadores se dispusieron a investigar las
señales provenientes de los agujeros negros cercanos a nuestra galaxia y con
ese motivo enviaron una serie de sondas de exploración a orbitar el borde de
dichos accidentes cósmicos. Cuando los datos empezaron a llegar al centro de investigación
los observadores notaron que una de las sondas estaba tomando datos anómalos. Los
espectros que provenían de ese agujero eran discretos, sumamente reglados,
señal de que provenían de una fuente artificial. Rápidamente el centro de investigación
envió a más satélites con el fin de captar todas las ondas posibles que se escapaban
del centro de la estrella colapsada. Y es ahí cuando se descubrió que el
agujero negro había engullido un pequeño sistema planetario que raudamente se dirigía a su
centro para ahí ser compactado en su infinita masa astral.
El tercer
planeta de ese sistema era una pequeña canica azul que emitía todo tipo de señales.
Dentro de ella una civilización a base de carbono y oxigeno había logrado
avanzar científicamente al punto de poder transmitir ondas electromagnéticas coherentes.
No les costó
mucho a los observadores descifrar los mensajes que contenían las
transmisiones. Aunque por el volumen de los datos recibidos les llevo una generación
poder procesarlos y con ellos armar la historia del pequeño planeta azul y sus residentes.
Ellos eran una civilización joven, quizá con un par de miles de siglos de edad
y pocas décadas de primitivos avances tecnológicos. Una civilización que con el
fin de interconectar a su planeta usando las comunicaciones vía satélite para
salvar la geografía terrestre, accidentalmente estaba transmitiendo su historia
día a día al espacio profundo. El nivel de detalle, calidad y cantidad de las
emisiones transformaba a esas señales en un arca enciclopédica de la vida en
ese planeta. Dentro de sus emisiones descifraron mensajes audiovisuales, textos
en diferentes idiomas, imágenes fijas de sus obras de arte y textos completos
de sus bibliotecas principales, incluso los observadores descifraron un mensaje
que iba dirigido hacia ellos, en realidad hacia cualquier planeta con vida
avanzada. Era un solitario mensaje del S.E.T.I. un organismo dedicado a la búsqueda
extraterrestre que enviaba una especie de saludo de bienvenida.
Pero lo más
extraño de este planeta era que sus habitantes no sabían que estaban atrapados
en las fauces de este agujero negro. Siendo devorados rápidamente por su
infinito apetito. Acelerándose precipitadamente hacia su final, y como en giro
macabro de su destino, todas las evidencias que pudieron colectar en su pequeño
lapso de investigación espacial fueron malogradas en teorías erróneas. Lo que
ellos interpretaron como el universo expandiéndose era en realidad su propia contracción
producto de la inmensa gravedad en la que estaban sumergidos. Las raras
excentricidades planetarias e incluso galácticas que le atribuyeron a la
gravedad universal eran solo producto de la gran velocidad con la que se
desplazaban y por esa velocidad también era imposible transmitirles cualquier
tipo de mensaje, ese silencio universal los había hecho creer que estaban solos
en el universo. Su marco temporal se dilataba a medida que iban acelerándose hacia
los confines de su existencia. Posponiendo el fin de su sistema sin que ellos
se dieran cuenta. Cabe aclarar que cuanto más rápido se mueve un objeto mas se
dilata el tiempo que transcurre en el. Estaban sin saberlo presos de la
paradoja de Aquiles y la tortuga. Cuanto más cerca estaban de su fin, más
tiempo se les agregaba a el final.
Al poco
tiempo de recolectar los datos provenientes del planeta los observadores se
dieron cuenta de que estos venían cada vez mas comprimidos. Hasta que fue
imposible leerlos. Después de pocas semanas las transmisiones cesaron. Pero lo
que parecían segundos para nosotros para ellos fueron eras y siglos de vida.
Esa es mi
historia favorita para contar, es mi planeta preferido. El pobre planeta azul
que creía estar solo. Pero logramos escuchar su historia, incluso desde lo
profundo del abismo, algo quedo en el universo con su firma.
De ese
planeta me quedo con uno de sus dichos, “En todos lados se cuecen habas” que
significa que en todos los lugares pasa lo mismo y lo elijo a propósito porque
ellos fueron la excepción a la regla. Con todos los planetas que nos hemos
logrado comunicar o en los cuales descubrimos civilizaciones inteligentes nos
encontramos con los mismos descubrimientos una y otra vez acerca de las leyes
naturales que rigen el universo. Repetidas conclusiones hechas por miles de
hombres de ciencia en diferentes tiempos y planetas, con diferentes maneras de
llegar a ellas nos llevan siempre a las mismas soluciones. Pero no es el caso del
pequeño planeta azul. Sus errores y sus equivocadas interpretaciones
convirtieron a sus teorías, en verdaderas obras de arte, si se hubiesen topado
con las correctas hubieran deducido rápidamente que estaban condenados, pero
estas teorías erróneas les ofrecieron un modo más optimista de continuar
existiendo. Haciendo de un suspiro universal su propia eternidad.
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