Se
juntaron a comer en un lugar llamado “Guarda la Vieja”. Se supone que es un
juego de palabras con el nombre de la calle Guardia Vieja, pero el lugar está
sobre Billinghurst.
Es
un bar bastante lindo del barrio de Almagro, iluminado tenue pero
suficientemente, con una pantalla gigante ubicada arriba de la barra, al fondo
del local, frente a la puerta, adornado con cuadros surrealistas que distraen
bastante la atención. Ni hablar de los chupetineros, pero eso viene más tarde,
al cierre de la noche, cuando te traen la cuenta.
Eran
nueve. Sabrina llegó temprano, a las 20,15; salió con tiempo porque no sabía
bien cómo llegar. Casi enseguida llegó Iris, que como venía de Villa Urquiza
también salió con tiempo. Aldo llegó un ratito después, con el casco en la
mano, un poco distraído, seguramente pensaba en su novia, quebrada en su casa.
Después
llegó Martín, sin las galletitas que aparentemente había prometido: a lo largo
de la noche hubo varias referencias al respecto, pero no sé bien de qué
hablaban. Natalí llegó a las 20,45 y pidió un agua para acompañar a Sabrina y a
la Coca de Aldo.
Bárbara
llegó un poco tarde, “porque el 92 no pasaba más”. Lo dijo ni bien entró, y
pidió una cerveza.
-Grande.
Aclaró, levantando la voz un poco más de lo necesario.
El
siguiente en llegar fue Diego, a quien recibieron con un vaso de Imperial
lleno, sin espuma.
Federico
se sumó un poco más tarde, y pidió un Gancia batido.
La
última en llegar fue Gabriela, que entró un poco apurada, y rápidamente
organizó el pedido de la comida.
-Me
encanta ir a buscar los menús, para no esperar.
Yo
los miraba desde una mesa un poco alejada, en un rincón del local.
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Pensaba, ¿cómo no me avisaron?... ¿o
será que me avisaron y no me enteré? La cuestión es que me los crucé y obvio,
hicimos unos saluditos de rigor, pero a ellos y a mí nos quedo claro que no me
habían avisado, ¿o si lo habían hecho?
Aproveche
cuando me acerque a la mesa del grupo, para echarles un vistazo, uno rápido,
para sacarles un poco la ficha…y las cosas que vi… ¡para hacerme una panzada!
Una miradita rápida y pude ver tanto, que no pude evitar reírme en sus caras,
ellos habrán pensado “es una chiquilina tímida”, pero… yo sé muy bien lo que
vi, porque… ¿verdaderamente pasó lo que vi?
Me
pareció que había más chicas que chicos, más jóvenes ellas, que ellos, o no
tanto. Estaban Iris y Gaby, pero si, ellas más jóvenes, seguro. Y había
flirteos, o eso me pareció (le escuche la palabra a mi papá y me gusta
decirla). Los muchachos estaban, como decirlo… hormonales, ¿o solo daban esa
impresión con la poca luz que había?
Ahora
los miro desde mi mesa, con cuidado, para que no me descubran. No termino de
entender lo que pasa, ahí veo esos dos que salieron a la puerta, a fumar
seguro. A fumar o a conspirar, pero, ¿para qué? No se dan cuenta que los veo,
se frotan las manos y hacen gestos, inequívocos: están hablando de las chicas.
Mueven las manos y se señalan partes del cuerpo, parecen unos mimos degenerados
¿o estarán hablando de otra cosa?
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Levanto
la mirada y me encuentro con gente desconocida, me pregunto: ¿porque me integro
a otra “secta”? ¿Será que cada vez que lo hago me despierta un curioso interés
en ejercer mis “poderes” clasificatorios del famoso etiquetado de las personas?
Me atraviesa el socarrón trastorno obsesivo compulsivo de “sacar la ficha”,
conjeturas que rara vez atinan. Preferiría dejar mis clasificaciones para más
tarde. No, no, no puedo… creo que no corresponde, pero pienso que seguro nadie
ha de animarse y todos hacen lo mismo internamente, pues bien, cometeré otro de
mis sincericidios…
Mis
clasificaciones diagnósticas no me permiten escuchar la totalidad de los
relatos, oigo un chiste de Aldo, quien risueñamente señala: ¡cuidado que pasa
por la puerta el 160!, imposible controlar la risa ante tamaña ironía. Barbi
“la organizadora oficial del evento”, caracterizada por su notoria honestidad
desprovista de filtros, inmediatamente da cuenta de su búsqueda en la “guía
filcar” intentando contestar el chascarrillo.
Un
poco más alejados se ubican Fede, quien ya por correo había rendido cuentas de
su timidez, supongo que por ese motivo y, sumado a que me ubiqué en la “otra
punta de la mesa” no escuché de él más que un “hola” y un “chau”, pero quien en
sus escritos demuestra el quantum y la calidad de su potencial discursivo. Naty
también se encuentra más alejada, pero el intercambio y recomendación de
infusiones resultó interesante, no puedo dejar de hacer referencia a su dulzura
y al brillo que irradia al hablar.
Iris
me sorprende con una belleza genuina y una jovial apariencia, supongo que ha de
ser de esas personas que logran captar mi atención ante la admiración que me
generan. Martin, “el de las galletitas” me sorprende con su historial
deportivo, quien me recomienda una modalidad de “yoga” para mi totalmente
desconocida, de la que obviamente ya no recuerdo el nombre.
Gabriela
y Diego intencionalmente agrupados, recrean en mí la sensación de desear
abandonar el taller en la segunda clase ante una discusión estéril que abarcó
media hora, donde se juzgaba erróneamente (desde mi posición
político-ideológica) de “machista” la simple referencia al “culo” prominente de
las centroamericanas, acá le hago el aguante al “compañero”, creo que Gabriela
ejerció su poder de censura y emitió un evidente juicio de valor sobre las
palabras que dejaron de ser libres. Bueno, supongo sabrá perdonárseme el
sincericidio precedentemente descripto…
Por fin piden la cuenta, para colmo se agarraron la mesa de
la ventana que es la más solicitada. Tengo al grupo que me envió mi primo
esperando en la vereda. Cuando les dejé el ticket con el chupetinero hubo un
entusiasmo que me hace desear que el dueño escuchara los comentarios. Pensar
que cuando le sugerí la idea se rió y la adoptó gracias a que le gustó a su novia.
Que grupo raro, cuando me acerqué hablaban de unas
galletitas especiales, preguntaron quienes adherían y todos levantaron la mano,
también la vieja, ¡si, yo le vi una cara de fumona!
¡Ufa! ahora que pagaron y se fueron dos, los otros
decidieron pedir café, voy a llamar a los amigos de mi primo para que se
amontonen en la mesa del fondo hasta que estos se vayan.
¿Serán empleados de una oficina? No parecen. Quizás sean de
un grupo de teatro, por aquí pasan muchos. La vieja debe ser la vestuarista y
la petisita de enfrente seguramente la diseñadora, se ve que están
acostumbradas a trabajar juntas. Los dos que se fueron deben ser el director y
la autora de la obra. El que está sentado en la punta seguro es el tramoyista y
los demás son actores, las chicas son muy desenvueltas, actrices jóvenes, de
esas que están esperando dar el salto a la fama. Todos se rien mucho y hablan todo el tiempo.
Se ve que es un equipo de trabajo donde todos se llevan bien.
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Sin duda alguna algo los llevo a todos a
encontrarse en ese bar, algo los obligo
a compartir de nuevo ese minúsculo paréntesis que repetían jueves a
jueves, y el cual irremediablemente había sido disuelto hace una semana, ¿Quizá
era un manotazo de ahogado? ¿Una chance para rellenar vacios?, vacios de
personas que conocieron de una forma bastante extraña. Ese grupo tenía una
cualidad diferente al resto de los grupos, habían empezado a conocerse con el
pie izquierdo, pero con eso no estoy diciendo que se empezaron a conocer
erróneamente sino que su contacto y sus recuerdos en común eran los que habían
nacido de ese paréntesis semanal en el cual cada uno de ellos sacaba, cuando se
animaba, algunas estrofas de lo más recóndito de su ser, y lo compartía con perfectos desconocidos. Es
por eso que ese grupo se conocía mínimamente pero esa pizca de conocimiento era
el diamante que escondían sus playas. Y la poca noción que se tenían ente si se
ponía en evidencia a medida que iban llegando los comensales.
–Vos sos el de la galletita.
- Vos la de las tres mujeres que te
definían.
Y
así eran las presentaciones. Se conocían solo por los textos y nada más.
Conocían solamente los picos que salían de entre las nubes de cada una de las
montañas de cualidades que conforman sus seres.
Han empezado con el postre claramente.
Pero ahí estaban tratando de conocer sus bases, Sus historias mínimas, incluso sus nombres. Casi desesperadamente se
agarraban de esas pequeñas cualidades que iban saliendo a flote durante la
cena. Poco a poco los textos se iban tomando forma antropomorfa, les iban
naciendo cabecitas, pies y brazos. Tenían una historia por detrás, eran
geólogas, directores de cine, vegetarianas, se habían escapado de su pasado de
la manera más geográfica posible, tuvieron 15 citas a ciegas, usaban la guía T
en una especie de oposición marginal al avance de la tecnología y militaban en
el partido comunista.
El filosofo Martin Heidegger decía que
las obras de arte se tenían que observar sin tener en cuenta los autores y a
las circunstancias de las mismas, ni siquiera su entorno. Esa noche me di
cuenta de que tan equivocado estaba pues creo que todos habían disfrutado
revelar en el otro a toda la ciudad de características que se ocultaba detrás
de ellos y tan solo con la ayuda de un texto leído un jueves y ahora usado como
una guía T.
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Conocer
al autor para terminar de interpretar lo que dicen sus silencios y descubrir lo
que puede callar a gritos. Dar esa vuelta de rosca que pone “patas pa arriba”
al creador de la obra haciendo caer de sus bolsillos aquellas valiosas monedas
que no quiere soltar.
Esa
noche dejamos de ser tan desconocidos para volvernos conocidos compañeros del
arte. Quizás sigamos siendo impredecibles al leer lo que escribimos que en
definitiva, es lo que somos, pero sí podamos predecir qué es lo que abunda en
nuestra materia prima:
Iris
y su dulzura, Fede con sus sueños de Hollywood, Barbi con su humor, Diego y sus
teorías, Aldo con su cariño de barrio, Martin con su arte culinario poco común,
Sabri y su amor hacia los animales…
Encontrar
gente en esta gran ciudad que comparta el mismo gusto que uno por las letras,
es una palmada en la espalda que nos dice, ¡adelante! Nos obliga en cierta
forma a ir por más, a jugar con las palabras, con las comas. Entretenerse como niños con las letras que
toman formas enormes, en textos que nos dibujan a nosotros mismos en el papel
que desvestimos antes los ojos críticos de los demás.
Algunos
escribirán para ser reconocidos ante la sociedad; otros porque no pueden dejar
de hacerlo y no saben ni de dónde viene la inspiración; quizás, haya algunos a
los que les avergüence mostrar lo que hacen y otros, que solo escriban para su
propio deleite, pero lo importante es que escribimos y que bueno abrigarnos con
la misma satisfacción.
Ya
pasó el frio, así que tanto abrigo no pero sí zambullirnos en más cuentos
llenos de suspensos, risas, amores…. ¿Alguno tiene pileta?
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-
Yo tengo pileta
-
¿Pero vos no vivís en un
departamento?
-
Sí, pero el edificio tiene
amenitis
-
Suena a enfermedad. Una
que les agarra a los edificios.
-
Muy gracioso, pero es una
palabra en ingles que significa…
-
Si, ya sabemos, pero vos
la pronuncias sin el acento en la e, es aménitis. Si la pronuncias sin el
acento es verdad que parece una enfermedad
-
La enfermedad de los
edificios son las personas
-
…..
-
¿Tenemos un antisocial en
el grupo?
-
O que se lleva muy mal con
el consorcio
-
No soy antisocial, soy
tímido
-
Si, bueno. Pero si las
pocas veces que abrís la boca decís frases como esa, después no te quejes de
que no te inviten a fiestas
-
Fue un chiste.
-
Igual tengo la sensación
de que ese tipo de ideas son las más seguras para escribir. Ideas oscuras,
pesimistas, sórdidas.
-
¿Más seguras?
-
Si, nadie te va a mirar
con sorna si escribís un cuento, por ejemplo, sobre un chico de la calle que
termina asesinado por la policía. En esos casos no va a importar mucho si está
mal escrito o lleno de lugares comunes. El que se anime a decir que no le gusta
queda como un hijo de puta.
-
Estas exagerando. Y les
tenés muy poca fe a los lectores.
-
Además, esa misma idea es
muy pesimista. Así que estás cayendo en lo que criticas.
-
Es verdad, pero creo que
cuando pones sobre el papel algo que te encanta pero que al mismo tiempo te da
miedo que pueda dejarte en ridículo, ahí sabes que estás creciendo. No digo que
no haya otras formas de crecer, pero esa es una.
-
…
-
Me convenció, mañana mismo
me voy a sentar a escribir un texto humillante
-
Escribamos todos textos
humillantes
-
¡Brindemos por los textos
humillantes!
-
¡Salud!
-
Pidamos mas maníes
-
Entonces ahora que llega
el calor, podemos hacer una reunión en tu pileta
-
Es que por reglas del
edificio no te dejan llevar más de un invitado, a menos que sean padres o
hijos. No podemos ir todos nosotros.
-
¿Para qué la ofreciste
entonces?
-
No ofrecí nada,
preguntaste si alguien tenía pileta. Yo tengo pileta.
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¿Sucedió de verdad? ¿Como sé que
no fue un sueño? Una mezcla de recuerdos, imágenes astilladas y palabras
sueltas. Me concentro, pero la arena se escabulle de mis manos. Igual no
importa.
...
Seguro que están todos locos, de
eso no hay duda. Unos revolucionarios desfasados en tiempo y formato. Hoy a
nadie le importan. Se nota que no
encajan, su aspecto no pulcro, desaliñado, rebelde, ¿pero no se dan cuenta que
ya nadie usa jopo? No son fáciles de encasillar, se los ve poco cosificados,
asustan.
Las mujeres parecen dirigirlos,
detrás de su belleza agridulce se ocultan obscuros designios, son las mas
peligrosas. Y ellos con sus máscaras, desplegando oleadas de humor (barato,
pseudo sofisticado), tratan de impresionarlas, jaja. ¡Que patéticos! Esta gente
le hace mal a la sociedades del mañana. Habría que prohibirlos.
...
Tengo que intervenir antes que
los neutralicen, ya quedan pocos. En lugares como éste, están protegidos,
reunirse los fortalece.
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