La falta de luz hacia florecer el
placer. La delicada cercanía permitía fugazmente observarte por los reflejos de
luces lejanas, casi negras. Todos los sonidos parecían estridentes al agudizar
nuestros sentidos. Tratábamos de complementar lo que habíamos perdido justo
cuando más lo necesitábamos. Las sombras de la ventana invadían la pieza, se
ramificaban en la pared. Pero esa odiosa luz que provenía desde un farol de
calle no saciaba a nuestros ojos que casi ciegos seguían buscándose en ese mar
negro.
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