4/10/2013

Los Gorriones Azules



Cuentan los viejos del bar del club Olimpo que a mediados del 20 ocurrió en Lanús la inusual aparición de una rara especie. La invasión de los Gorriones Azules, como le decían, estuvo a punto de destruir el barrio a mano de sus propios vecinos. Entre copa y copa, los viejos recuerdan a veces ese raro acontecimiento; según ellos, esta especie de gorrión azul tenía la particularidad de repetir frases cortas que escuchaban desde el canto de las ventanas o la intimidad de las plazas.

Las causas y cualidades de esta invasión eran ambiguas. Ni siquiera los testigos de la misma lograban ponerse de acuerdo. Algunos dicen que vinieron del sur, de las afueras de Quilmes; otros aseveran que fue un farmacéutico polaco que se mudo al barrio y tenía un palomar en la terraza, al cual le echan la culpa de cruzar gorriones con loros u otro tipo de aves.

-Si fueran una cruza con loros serían de color verde - observa don Evaristo, testigo y víctima de la bandada parlante.- Si ese Polaco los podía hacer hablar, seguramente le era fácil cambiar su color - replica una voz que sale desde las profundidades de un diario "La Razón" y luego de unos segundos se asoman del periódico dos ojos grises con vestigios de un celeste pasado que, protegidos por unas gafas de marco grueso, buscan alguna especie de refutación. Es José, un veterano del Club dispuesto a defender sus teorías y alimentar su enemistad con el ya difunto Polaco.  La respuesta nunca llega, porque Evaristo ya sabe que no lleva a buen camino una discusión con José en términos de la inocencia o culpabilidad del farmacéutico.

Más allá de las peleas cotidianas de viejos de club, muchas veces apadrinadas por la ingesta excesiva de Ginebra, los ancianos siguen narrando la leyenda de los gorriones. Cuentan que al primero lo descubrieron en la plaza San Martín cuando, parado sobre la rodilla de una estatua, repetía con una voz fina "Nunca le dije la verdad". La muchedumbre comenzó lentamente a rodear al pájaro pero siempre manteniendo una distancia prudencial para no espantar al ave.

A los pocos minutos dos amigos que pasaban por la vereda se acercaron a curiosear qué era lo que la gente estaba mirando. Cuando escucharon la frase del gorrión los dos quedaron pálidos y uno codeo al otro mientras le decía -¿No fué eso lo que me dijiste recién? - "Sí" contestó. La muchedumbre escuchó la conversación y asombrados se preguntaban si sería casualidad, pero el barrio no tardó en darse cuenta que la repetición de la frase no era otra cosa sino la naturaleza misma de los gorriones azules.

Algunas frases fueron negadas y generaron peleas dantescas entre los vecinos, como por ejemplo la vez que se le escuchó decir al gorrión –“Yo sabía que el pollo estaba fulero, pero se lo vendí a Rosita igual”; una frase catastrófica para el dueño de la granja que no solo arruino su negocio sino que lo hizo ganador de una regia paliza de parte del marido de Rosa cuando este regresó de visitarla en el hospital.

Sucedía que los gorriones repetían todo tipo de frases, pero tenían predilección por las confesiones. No se sabe si es por esa tonada de secreto con las que se dicen o porque son difíciles de encontrar pero los gorriones preferían repetir esas palabras sentenciantes, lo que provoco que las chusmas de barrio empezaran a comprar kilos de alpiste; las panaderías triplicaran sus ventas y los gorriones crecieran exponencialmente en número. Era deleite de las chusmas tirar comida de pájaros en el patio de sus casas y sentarse a escuchar los secretos ajenos; pero desde el inicio, la aparición de estos pájaros empezó a generar fricciones entre los vecinos.

Cuando Elías escucho salir de un pico “Este Elías es un cabeza hueca” no dudó en salir corriendo y pegarle una trompada a Roberto, pues según él “Roberto siempre le tuvo bronca” y así, sin comerla ni beberla, Roberto recibió un correctivo gratuito por algo que nunca dijo; el zapatero se entero que portaba prominente cornamenta del pico de un pájaro antes que de la boca de algún amigo, traición que era conocida no solo por las aves sino por toda la vecindad del barrio.

No tardaron en aparecer los pícaros de siempre que a modo de broma hacían circular confesiones falaces para que se armaran trifulcas barriales para su propio deleite. Una de las más crueles que se les adjudica es la vez en la cual un gorrión dejo –“Estoy enamorado de Estela”. Estela era la chica más fea del barrio. Para algunos fue una broma macabra y otros, entre los cuales se encontraba la misma Estela, esperaron en vano al enamorado misterioso que nunca se dio a conocer.

Lentamente las ventanas de las casas del barrio empezaron a tapiarse, las plazas quedaron desiertas,  no se veían grupos de chicas hablando a la salida del colegio; el café de Don José cayó en banca rota, en los vestuarios del Club Porvenir reinaba un silencio Stampa y los vecinos empezaron una poda indiscriminada contra los hermosos araguaneyes que poblaban por cientos el barrio y le daban un color distintivo a Lanús. Algún que otro tano, con lágrimas en los ojos, tuvo que sacrificar la parra del jardín del fondo por esos pájaros de oídos curiosos. -Es por eso que hay tan poco árboles en Lanús -explicaba un octogenario.

El barrio se sumía en silencio y de apoco los gorriones fueron callando. Dicen que una noche de tormenta de verano se los vio migrar hacia el sur –“Volvieron desde donde vinieron” comentó Evaristo con una sonrisa pícara, aunque algunos sostienen la teoría de que a pedido del intendente, y sin importar el daño colateral a los vidrios del barrio, se libero el armario del director de la escuela primaria en el cual guardaban las gomeras de décadas de alumnado y se repartieron entre los púberes iniciando así una especie de temporada de caza ilegal de gorriones.

Pero las marcas en el barrio quedaron. Enemistades que hasta hoy perduran, amores prohibidos, celos milenarios, trampas en el truco y hasta uno que otro delito salieron a la luz esos años y marcaron a fuego a la gente, que ahora cuida sus secretos con increíble recelos. De esos días aprendimos que lo que no decimos nos define tanto y tan fuerte como lo que decimos. El misterio en cada persona y en cada relación enriquece las mismas y las hace interesantes de per se.

Nadie añora esos años donde los Gorriones Lapislázuli invadieron el barrio.

A veces somos nuestros secretos.