8/02/2013

Paseo Estacionario (TDE)



Hace años que duermo todos los días con un ventilador prendido al lado mío, es una costumbre que herede de algún verano caluroso que no quiso caducar en la llegada del otoño. Esa costumbre se ha hecho un vicio para mí y tanta es la necesidad de un viento huracanado en mi cabeza que intento no dormir en ningún otro lado que no sea en mi casa, a veces me da vergüenza contar mi secreto y pedir un ventilador a mediados de julio, dar explicaciones de lo que no puedo explicarme, solamente sé que no puedo dormir sin él. Claro que todo tiene su desventaja. Ese eterno zumbido de las aspas es un ruido blanco que anula todo sonido vecino o invasor, ese eterno ventarrón es lo que yo adopte como silencio y como canción de cuna para mis noches.

Hace dos semanas una noche de sábado ocurrió lo impensado. El viejo ventilador, cansado de tanto trabajar se dio por vencido y me abandono sin previo aviso dejándome solo para enfrentarme a un mundo de sonidos que ya había olvidado. Es así que con las persianas bajas, una noche de invierno decidí tomarme un paseo por el barrio sin siquiera levantarme de mi cama.

Salí al balcón y me encuentro con la unidad condensadora del aire acondicionado de la pieza de al lado que a toda marcha evitaba que la temperatura bajara, mire hacia la calle y vi pasar el 188, ex amarillo y ahora rojo, tan vacio que parecía fantasmal, con su colectivero cual Caronte llevando a pocos personajes por un par de monedas a través del río de baches que es mi calle, sin ningún tipo de efectividad. La dura suspensión del colectivo arremetía contra la profundidad de los baches haciendo llegar las vibraciones a mis pies y horadando una vez más, imperceptiblemente,  la grieta de mi pared. Un perro se asusta y con él una jauría dispersa se hace notar en el barrio,  llegue a percibir como el mensaje se iba diluyendo en la lejanía. Una ráfaga de viento me hizo mirar la vieja palmera que está a mitad de cuadra y es el ultimo estandarte botánico que ha subsistido en la vereda, las hojas deben estar secas seguramente, y toma la forma de una antorcha gigante a punto de ser prendida. Un sueño para cualquier pirómano. Miré al cielo en busca de ese avión que rompe la  monotonía del cielo, los cielos de las ciudades son a veces monótonos. El avión iba camino a al aeroparque; Con sus luces prendidas parecía un árbol de navidad mendigo. No estoy lejos del aeropuerto y los aviones pasan a una altura bastante especial desde la cual no te despiertan pero tampoco te dejan dormir.

En un momento el avión se confundió con los perros y se iba alejando tratando de sortear turbulencias como si fueran baches con un sonido mecánico y constante a hojas secas en un lavarropas. Solo por un momento pero el avión se pierde en el horizonte, la jauría se disipa, el colectivo junto a sus condenados dobla a tres calles y desaparece, el viento deja de soplar, calmando las hojas secas de la palmera y el motor del aire acondicionado se asimila completamente en el silencio. Trato de ver mas allá, pasando las calles, buscando una gota de tránsito o alguna pareja trasnochada transitando su camino a casa. Pero estoy lejos del aeropuerto, lo suficiente para que en la noche de mi barrio no haya señal de vida. Me acurruco más en la cama y abro por primera vez los ojos para mirar a ese ventilador desertor.