2/24/2014

Lost in the Fog



Despierto tomando una gran bocanada de aire. El pitido que ensordecía mis oídos revela que mi posición fue alcanzada, el impacto fue directo. Todavía no abro los ojos, la parte derecha de mi cuerpo arde horriblemente, pero después de varios segundos sé que puedo sobrevivir a esas heridas, o eso creo en un principio. Algo detuvo la explosión, algo me escudó del intenso fuego. –Fede!!! – Grita mi cerebro haciendo que abra los ojos inmediatamente. Miro a la derecha y solo veo un vestigio de humano, carcomido por las llamas y semienterrado por la explosión.

-¿Qué salió mal? ¿Desde dónde vino ese mortero? ¿Cómo conocían nuestra posición?

Las preguntas se disparan en mi mente indicándome que mi cabeza trata de recomponerse al trauma, el pitido se va alejando dejando pasar sonidos de detonaciones a distancia, la batalla continuaba con sus tiros, gritos y explosiones.

Trato de recomponerme del todo e intento moverme, es ahí cuando las heridas demuestran su gravedad. Mi brazo está severamente dañando, y la desgarrada camisa de combate se mexcla con la sangre tornándose en una segunda piel. Todo lo demás había desaparecido, mi rifle de precisión, el larga vista de Fede, las mochilas con provisiones, todo se había desvanecido.

Ya sé lo que perdí y es poco lo que tengo, - Es hora de volver a casa- me digo. Me arrastro lentamente al borde del nido, es ahí cuando la veo por primera vez, en un primer momento la había confundido con el humo de los pastizales que quemo la explosión, pero al asomarme creyendo que me iba a encontrar mirando el gran panorama una densa niebla me sorprendió envolviéndome en una burbuja de ceguera en la cual era imposible ver mas allá de cinco pasos adelante.

Ya de pie intento dirigirme a línea de vanguardia. Pero no se cuanto tiempo estuve inconsciente, he perdido las referencias, el mapa y la brújula, lo único que me queda son los sonidos de un combate distante, que me rodea en todas direcciones. 

Todos los hombres gritan igual al morir. El lenguaje de la muerte es común a todo soldado, los sollozos no necesitan ser traducidos. No sé quien está muriendo detrás de la niebla, si amigos o enemigos, solo sé que están muriendo hombres y que cada vez que son menos los disparos, más separados los gritos y más espesa la niebla.

Recomponiendo como puedo lo poco que queda de mi empiezo a caminar en la dirección en la que creo que se encuentra mi base. Aunque sé que las chances son mínimas, al menos voy a morir intentando salvarme. 

Poco tiempo me toma bajar de la colina, ahora camino en un sembrado de una planta que no logro identificar, me resulta familiar, pero como saberlo, todos los cultivos son iguales en esta maldita isla. Mientras tanto los sonidos me siguen rodeando, pero no veo ninguna señal de vida, como si estuviera caminando en el ojo de un huracán, solo siento los destrozos alrededor. Camino con cautela, agachándome en cada explosión. La niebla que me rodea es lo único que me separa de mi salvación o de mi muerte, sin ella sería un blanco perfecto, lento, desarmado y herido. Caminando por un sembrado que me llega a las rodillas, casi desfilando en una línea de fuego perfecta. Pero esta tampoco me permite ver donde estoy, hacia donde me dirijo, la niebla es lo único que me pierde, es un laberinto sin paredes que invade toda la cosecha y más alla de ella.

Mi cuerpo se niega a acostumbrarse al dolor, después de varios metros de caminata improviso un sostén para mi brazo que no deja de gotear sangre mezclada con tierra y pasto, pero es este dolor el que me mantiene despierto, y no me deja parar de caminar entre la niebla.

Los sonidos de la batalla van cesando hasta que solo se escucha el ruido del valle que de a poco empieza a conquistar nuevamente el ambiente. Todo se calma instantáneamente, los sonidos de la naturaleza a mí alrededor se comportan como si nunca hubiese existido la batalla.

Grillos, viento contra las hojas y aves dan color a la niebla. Fuera de ellos reina el silencio. Sigo caminando esperando encontrar algo o alguien, pero el campo es muy grande, cada paso que doy me revela que el cultivo no ha terminado y sigo avanzado en línea recta ayudado solo por las líneas que deja el arado al trabajar la tierra.

La batalla concluyo hace más de diez minutos y yo perdido en esta oscuridad blanca, en un campo infinito, deseando que este sea el camino correcto, donde llevar a mi brazo y al resto de mi cuerpo. El dolor en primer plano, casi no me deja ver la niebla, camino lentamente, desesperado, tratando de que este campo se termine de una vez por todas, deseando escuchar una voz amiga, que me guie en el camino correcto. La batalla terminó para mí. Solo quiero ir a casa.

Solo quiero ir a casa.


2/11/2014

The Green Light Across the River



Parado en el borde del muelle, las puntas de los zapatos se asoman a la última tabla, las manos agarradas firmemente a la baranda para no perder el balance, mirando ciegamente atreves de la niebla, tratando de atravesar el rio, intentando rascar algún destello de la luz verde que parpadea al final del muelle que yace en la otra orilla.

A mis espaldas quedó la mansión, dentro de ella la fiesta, con esa mezcla de gritos de algarabía, música estridente, y fuegos artificiales que llega a excitar el aire que acompaña a mi soledad electiva.

Todo es un gran engaño, un ardid de prestidigitador, una gran estafa que ya no tiene sentido. Ya que este emporio es un truco de magia que carece de público; Un titán robótico incapaz de cumplir su función. Pues de nada sirve esto si ni siquiera puedo alcanzar a ver el destello esmeralda latiendo desde la orilla opuesta del rio.

Dicen que lo último que pierde el hombre es la esperanza, y lo anuncian como si fuera un buen augurio. Pues hoy pienso todo lo contrario, pienso que es la peor de las maldiciones. Me gustaría olvidarme de todo, parado en el muelle me doy cuenta de que le estoy dando la espalda a mi presente tratando de no soltar el pasado y mas allá de que la niebla y la distancia comploten contra mis deseos, yo no me doy por vencido, una pizca de luz sería una gota de agua en este sediento desierto que es hoy, mi presente.

Pero es el camino que de alguna manera elegí. Planear contra el destino es una jugada muy difícil de ganar, ¿no es cierto?. Construir todo el rompecabezas alrededor de una pieza que sabemos que perdimos y rezar, aferrándonos a esperanza de que lógicamente todo va a cuadrar al final, es un engaño en el cual todos parecemos caer fácilmente. Evadimos la verdad, una verdad que es tan difícil de tragar que no la creemos aunque esté presente en cada uno de nuestros días y que tanto nuestras historias como las ajenas no se cansan de gritar a nuestros sordos oídos. La verdad es que el destino no necesita que todo cuadre para cerrarse en sí mismo, no precisa de finales redentorios, ni de obligados desenlaces. Este nudo perpetuo en el que transitamos a veces parece engañarnos con la promesa de un balance final. Pero ese engaño es propio, es la esperanza la que lo impulsa más allá de la razón y es por eso que esta maldición nos hace esperar un día mas, todos los días.

En noches de niebla como esta, prefiero mil veces el olvido a la esperanza. En mis ojos retumban ingrávidas las letras de una frase que alguna vez supe leer, pero en su momento no entendí “Benditos sean los olvidadizos, pues ellos sacan lo mejor incluso de sus propios errores”.

Me pregunto si alguna vez esa luz verde dejar de titilar en mi cabeza, si ese repiqueteo monótono alguna vez cesara y parara de recordarme que las cosas que quedaron en el pasado jamás se volverán a repetir; Y aunque cada vez las fiestas sean mas grandes, la música suene más fuerte y los fuegos de artificio iluminen cada vez más la bahía. La niebla de los tiempos se irá haciendo cada vez más espesa hasta que ni siquiera quedara esa ilusión de seguir viendo esa luz verde del otro lado del rio.

Good Night old sport
 
J.G.


 "Y mientras cavilaba sobre el viejo y desconocido mundo, pensé en el asombro de Gatsby al observar por primera vez la luz verde al final del muelle de Daisy. Había recorrido un largo camino antes de llegar a su prado azul, y su sueño debió haberle parecido tan cercano que habría sido imposible no atraparlo. No se había dado cuenta de que ya se encontraba más allá de él, en algún lugar- más alla de la vasta penumbra de la ciudad, donde los oscuros campos de la república se extendían bajo la noche.


Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros. En ese entonces nos fue esquivo, pero no importa; mañana correremos más aprisa extenderemos los brazos más lejos... hasta que, una buena mañana...

De esta manera seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en una regresión sin pausa hacia el pasado"

The Great Gatsby. 

F. Scott Fitzgerald


2/07/2014

Capítulo 1



Como todas las mañanas Leonardo Pisa se dirigía a pie desde su casa hasta la estación Alberti Norte del subte A. Era un camino de pocas cuadras pero esa caminata le permitía disfrutar por unos momentos del aire fresco, el sol de la mañana y de la cambiante mezcla de olores que emanaba el barrio. Incluso una llovizna imprevista era para él un goce enorme.

A metros de llegar a la estación se detuvo en su habitual parada, un zaguán devenido en kiosco donde siempre compraba un paquete de chicles de mentol y una caja de cigarrillos. 

Frente al negocio se repitió la misma ceremonia de todos los días.

-¿Qué se le ofrece? –Preguntó el kiosquero, que era tan viejo como el zaguán mismo.

-Unos Beldents negros y un Lucky de 20 – Murmuró Leonardo mientras extendía su mano con la cantidad de monedas exactas para la compra. 

-Tome… está justo –

Leo guardó los chicles y el paquete de cigarros en el bolsillo y sin despedirse se alejó hacia la boca del subte. Bajó las escaleras de mármol dejando tras de si los olores de la calle mientras un nuevo aire le daba la bienvenida pegandole de lleno en la cara, un olor a calor, grasa y electricidad que provenía de las entrañas de ese laberinto sumergido en la ciudad, un olor al cual en pocos minutos se iria acostumbrando.

Llegó al recibidor donde lo esperaba, ya en su puesto, el cajero, a quien saludó con un leve movimiento de cabeza; Lo mismo hizo con el guardia que estaba sentado en el inicio los molinetes en una silla que parecía sacada del taller de carpintería de su escuela industrial.

Mientras pasaba por el molinete amarillo, el más cercano al guardia, éste le susurró.

-Leo... un pucho… ya sabes… -
 
Leonardo asintió de nuevo, y casi sin mirarlo se dirigió al final del andén. Una puerta metálica llevaba al guardarropa y al baño de los trabajadores de la estaciones, tanto de Alberti Norte como Sur.

Las  estaciones Alberti Norte y Sur eran estaciones gemelas separadas por 50 metros de túnel. Cada una era una copia fiel de la otra pero enfrentadas. Una tomaba los trenes que se dirigían a Primera junta y la otra los que iban a plaza de Mayo. En lo único que diferían era en que Alberti Norte no solo contaba con los guardarropas y baños, sino que también con la Sala de Control, que se encontraba en el medio de las dos estaciones y era donde Leo trabajaba. 
La sala de control era una habitación de cuatro por dos, con una ventana al túnel subterráneo. Se llegaba a ella mediante un pasillo de 20 metros, que la conectaba con los vestuarios de la estación. 

Leo marcó tarjeta en el vestuario y dejó, sobre la tarjeta del guardia, el cigarrillo como era costumbre. Cruzo el pasillo y se metió en esa mínima celda que lo retendría como prisionero el resto del día.
Dentro de la sala había un escritorio totalmente ocupado por una consola de control de principios de siglo hecha enteramente de madera y que contenía bombillos que simulaban las estaciones de la línea A, los puntos de control y los cambios de vías que se ubicaban a lo largo de todo el trayecto. A su lado una mesa con una biblioteca adosada al fondo, contenía los cuadernos de pase de las formaciones. Completar esos cuadernos era la tarea principal de Leo. Su trabajo consistía en chequear los horarios y números de formación de la línea, para que la gerencia pudiera llevar un control de los maquinistas y los viajes de las unidades. Eso lo lograba gracias a la ayuda de la consola de control y de dos espejos ubicados en el túnel, que le permitían ver los coches que llegaban tanto a Alberdi Norte como a Sur.


Ni bien se situó en su silla, apagó la luz de la oficina dejando solo una lámpara ubicada en el escritorio que iluminaba solamente la mesa. No le gustaba ser visto por los pasajeros y la ventana lo ponía frente a frente con la formación. Si dejaba la luz principal encendida, los pasajeros veían la oficina como si fuera un fotograma incoherente en una proyección de un túnel de subte. Lo que él no podía evitar era ver cómo, cada vez que pasaba un subte,  una serie de ventanas con gente borrosa pasaba rápidamente por delante de sus ojos.

Un nuevo día había empezado, en realidad no sabía si era nuevo o era un día de la semana o mes anterior que se volvía a repetir.