2/07/2014

Capítulo 1



Como todas las mañanas Leonardo Pisa se dirigía a pie desde su casa hasta la estación Alberti Norte del subte A. Era un camino de pocas cuadras pero esa caminata le permitía disfrutar por unos momentos del aire fresco, el sol de la mañana y de la cambiante mezcla de olores que emanaba el barrio. Incluso una llovizna imprevista era para él un goce enorme.

A metros de llegar a la estación se detuvo en su habitual parada, un zaguán devenido en kiosco donde siempre compraba un paquete de chicles de mentol y una caja de cigarrillos. 

Frente al negocio se repitió la misma ceremonia de todos los días.

-¿Qué se le ofrece? –Preguntó el kiosquero, que era tan viejo como el zaguán mismo.

-Unos Beldents negros y un Lucky de 20 – Murmuró Leonardo mientras extendía su mano con la cantidad de monedas exactas para la compra. 

-Tome… está justo –

Leo guardó los chicles y el paquete de cigarros en el bolsillo y sin despedirse se alejó hacia la boca del subte. Bajó las escaleras de mármol dejando tras de si los olores de la calle mientras un nuevo aire le daba la bienvenida pegandole de lleno en la cara, un olor a calor, grasa y electricidad que provenía de las entrañas de ese laberinto sumergido en la ciudad, un olor al cual en pocos minutos se iria acostumbrando.

Llegó al recibidor donde lo esperaba, ya en su puesto, el cajero, a quien saludó con un leve movimiento de cabeza; Lo mismo hizo con el guardia que estaba sentado en el inicio los molinetes en una silla que parecía sacada del taller de carpintería de su escuela industrial.

Mientras pasaba por el molinete amarillo, el más cercano al guardia, éste le susurró.

-Leo... un pucho… ya sabes… -
 
Leonardo asintió de nuevo, y casi sin mirarlo se dirigió al final del andén. Una puerta metálica llevaba al guardarropa y al baño de los trabajadores de la estaciones, tanto de Alberti Norte como Sur.

Las  estaciones Alberti Norte y Sur eran estaciones gemelas separadas por 50 metros de túnel. Cada una era una copia fiel de la otra pero enfrentadas. Una tomaba los trenes que se dirigían a Primera junta y la otra los que iban a plaza de Mayo. En lo único que diferían era en que Alberti Norte no solo contaba con los guardarropas y baños, sino que también con la Sala de Control, que se encontraba en el medio de las dos estaciones y era donde Leo trabajaba. 
La sala de control era una habitación de cuatro por dos, con una ventana al túnel subterráneo. Se llegaba a ella mediante un pasillo de 20 metros, que la conectaba con los vestuarios de la estación. 

Leo marcó tarjeta en el vestuario y dejó, sobre la tarjeta del guardia, el cigarrillo como era costumbre. Cruzo el pasillo y se metió en esa mínima celda que lo retendría como prisionero el resto del día.
Dentro de la sala había un escritorio totalmente ocupado por una consola de control de principios de siglo hecha enteramente de madera y que contenía bombillos que simulaban las estaciones de la línea A, los puntos de control y los cambios de vías que se ubicaban a lo largo de todo el trayecto. A su lado una mesa con una biblioteca adosada al fondo, contenía los cuadernos de pase de las formaciones. Completar esos cuadernos era la tarea principal de Leo. Su trabajo consistía en chequear los horarios y números de formación de la línea, para que la gerencia pudiera llevar un control de los maquinistas y los viajes de las unidades. Eso lo lograba gracias a la ayuda de la consola de control y de dos espejos ubicados en el túnel, que le permitían ver los coches que llegaban tanto a Alberdi Norte como a Sur.


Ni bien se situó en su silla, apagó la luz de la oficina dejando solo una lámpara ubicada en el escritorio que iluminaba solamente la mesa. No le gustaba ser visto por los pasajeros y la ventana lo ponía frente a frente con la formación. Si dejaba la luz principal encendida, los pasajeros veían la oficina como si fuera un fotograma incoherente en una proyección de un túnel de subte. Lo que él no podía evitar era ver cómo, cada vez que pasaba un subte,  una serie de ventanas con gente borrosa pasaba rápidamente por delante de sus ojos.

Un nuevo día había empezado, en realidad no sabía si era nuevo o era un día de la semana o mes anterior que se volvía a repetir.



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