Decisiones, asesinas de infinitos
universos, escultoras de destinos, puntos finales de pensamientos y divagues.
Las he odiado desde que tengo uso de razón y he inventado miles de estrategias
para tratar de evadirlas continuamente.
Temo a las páginas llenas, y a
medida que esta página se va llenando de irrenunciables caracteres no puedo más
que convertirla en una analogía de mis propios temores. ¿A caso la marcha del
tiempo no es más que una mezcla de máquina de escribir con un mecanismo de relojería,
un ingenio imparable que imprime papel grabado a medida que pasa el tiempo,
encargada de escribir nuestra historia a medida que pasa? Una maquina en la
cual uno trata de escribir en el papel lo mejor que pueda y de la mejor manera
posible, tratando de no cometer demasiadas faltas, mejorando las puntuaciones y
cargando tintas sobre los temas que importan.
La gran diferencia entre esta
maquina del demonio y la maquina con la cual estoy escribiendo este relato es
que la primera no dejara de escribir, aun cuando nadie esté presionando sus
teclas, el papel sigue avanzando, las paginas se siguen completando, y las
palancas siguen pegando violentamente contra la cinta de tinta tatuando cada
carácter a el papel.
En desacuerdo con lo troncal de
ese destino yo había encontrado un lugar feliz, donde podía escribir sin temor
a lo permanente del pasado, un lugar donde se podían desarrollar miles de
historias, ramificadas y anudadas. Historias que siempre prometían segundas
partes, revanchas, reencuentros. Mi solución era escribir en el margen de la
hoja, a mano alzada, como si fueran las notas que hace un estudiante al lado
del texto de un libro de estudio, notas fantasmales que hacían que la antología
sea más interesante.
Esto me retrotrae a una bella
historia que trascendió en el mundo matemático, Se trata de la leyenda del
último teorema de Fermat. Pierre de Fermat fue un gran matemático del siglo
XVII que escribió en el margen de un libro titulado Arithmetica, el cual estaba
estudiando, esta cita:
“Es imposible descomponer un cubo
en dos cubos, un bicuadrado en dos bicuadrados, y en general, una potencia
cualquiera, aparte del cuadrado, en dos potencias del mismo exponente. He
encontrado una demostración realmente admirable, pero el margen del libro es
muy pequeño para ponerla.”
Al principio esas notas, esos pies de pagina y esos garabatos sobre el margen solo eran finales alternativos, conclusiones de experiencias o deseos, que si bien en el texto principal no estaban escritos en detalle algo en mi me obligaba a reproducirlos a un costado. Es así como poco a poco las historias empezaron a crecer siempre a la izquierda de la línea roja que delimitaba el margen de la historia principal y asi como un graffitti rompe con la monotonía de una pared, esta marginalia empezó a embellecer mi vida, esa letra cursiva destilaba palabra a palabra sentimientos y sabores que se colaban como un polizón, quedando grabados en el tiempo.
Empecé a volverme bueno en eso, empecé a escribir, a leer y a pensar más antes de escribir. Me di cuenta que mis historias más apasionadas eran las que nunca habían sucedido, ese toque místico de carecer de realidad me permitía cambiarlas a gusto, sentenciarles finales o darles infinitas segundas partes.
Pero las historias empezaron a crecer descontroladamente y si bien seguían pasando detrás del margen, empezaban a salpicar hacia el otro lado de la línea, cada vez con más fuerza, cada vez con más pasión, la línea se movía y el margen iba ganando espacio, quitándoselo al texto escrito por la maquina, lo iban ahogando lentamente en una especie de prensa literaria.
Hoja tras hoja la línea roja se hacía más endeble, tendía a desaparecer por las noches solo para renacer en cada rutinaria mañana. Cada nueva página me daba chances de seguir con las reflexiones, con el relato y con la pasión.
No fue hasta hace poco que la línea cedió y la cursiva invadió a la imprenta, atacando con sus rulos a esos constantes repiqueteos metálicos, a esas letras simétricamente clonadas.
En este momento me encuentro asombrado, con un lápiz en la mano tratando de recuperar la línea que dividía mis fantasías de la historia oficial. Pero mirando hacia atrás, recapitulando desde el índice no sé si quedarme con el relato principal o huir de una buena vez a esa hermosa marginalia.
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