7/05/2014

Nuestro delicioso cadaver exquisito (Colaboracion)(anecdotica y mágica)



Se juntaron a comer en un lugar llamado “Guarda la Vieja”. Se supone que es un juego de palabras con el nombre de la calle Guardia Vieja, pero el lugar está sobre Billinghurst.
Es un bar bastante lindo del barrio de Almagro, iluminado tenue pero suficientemente, con una pantalla gigante ubicada arriba de la barra, al fondo del local, frente a la puerta, adornado con cuadros surrealistas que distraen bastante la atención. Ni hablar de los chupetineros, pero eso viene más tarde, al cierre de la noche, cuando te traen la cuenta.
Eran nueve. Sabrina llegó temprano, a las 20,15; salió con tiempo porque no sabía bien cómo llegar. Casi enseguida llegó Iris, que como venía de Villa Urquiza también salió con tiempo. Aldo llegó un ratito después, con el casco en la mano, un poco distraído, seguramente pensaba en su novia, quebrada en su casa.
Después llegó Martín, sin las galletitas que aparentemente había prometido: a lo largo de la noche hubo varias referencias al respecto, pero no sé bien de qué hablaban. Natalí llegó a las 20,45 y pidió un agua para acompañar a Sabrina y a la Coca de Aldo.
Bárbara llegó un poco tarde, “porque el 92 no pasaba más”. Lo dijo ni bien entró, y pidió una cerveza.
-Grande. Aclaró, levantando la voz un poco más de lo necesario.
El siguiente en llegar fue Diego, a quien recibieron con un vaso de Imperial lleno, sin espuma.
Federico se sumó un poco más tarde, y pidió un Gancia batido.
La última en llegar fue Gabriela, que entró un poco apurada, y rápidamente organizó el pedido de la comida.
-Me encanta ir a buscar los menús, para no esperar.
Yo los miraba desde una mesa un poco alejada, en un rincón del local.
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Pensaba, ¿cómo no me avisaron?... ¿o será que me avisaron y no me enteré? La cuestión es que me los crucé y obvio, hicimos unos saluditos de rigor, pero a ellos y a mí nos quedo claro que no me habían avisado, ¿o si lo habían hecho?
Aproveche cuando me acerque a la mesa del grupo, para echarles un vistazo, uno rápido, para sacarles un poco la ficha…y las cosas que vi… ¡para hacerme una panzada! Una miradita rápida y pude ver tanto, que no pude evitar reírme en sus caras, ellos habrán pensado “es una chiquilina tímida”, pero… yo sé muy bien lo que vi, porque… ¿verdaderamente pasó lo que vi?
Me pareció que había más chicas que chicos, más jóvenes ellas, que ellos, o no tanto. Estaban Iris y Gaby, pero si, ellas más jóvenes, seguro. Y había flirteos, o eso me pareció (le escuche la palabra a mi papá y me gusta decirla). Los muchachos estaban, como decirlo… hormonales, ¿o solo daban esa impresión con la poca luz que había?
Ahora los miro desde mi mesa, con cuidado, para que no me descubran. No termino de entender lo que pasa, ahí veo esos dos que salieron a la puerta, a fumar seguro. A fumar o a conspirar, pero, ¿para qué? No se dan cuenta que los veo, se frotan las manos y hacen gestos, inequívocos: están hablando de las chicas. Mueven las manos y se señalan partes del cuerpo, parecen unos mimos degenerados ¿o estarán hablando de otra cosa?
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Levanto la mirada y me encuentro con gente desconocida, me pregunto: ¿porque me integro a otra “secta”? ¿Será que cada vez que lo hago me despierta un curioso interés en ejercer mis “poderes” clasificatorios del famoso etiquetado de las personas? Me atraviesa el socarrón trastorno obsesivo compulsivo de “sacar la ficha”, conjeturas que rara vez atinan. Preferiría dejar mis clasificaciones para más tarde. No, no, no puedo… creo que no corresponde, pero pienso que seguro nadie ha de animarse y todos hacen lo mismo internamente, pues bien, cometeré otro de mis sincericidios…
Mis clasificaciones diagnósticas no me permiten escuchar la totalidad de los relatos, oigo un chiste de Aldo, quien risueñamente señala: ¡cuidado que pasa por la puerta el 160!, imposible controlar la risa ante tamaña ironía. Barbi “la organizadora oficial del evento”, caracterizada por su notoria honestidad desprovista de filtros, inmediatamente da cuenta de su búsqueda en la “guía filcar” intentando contestar el chascarrillo.
Un poco más alejados se ubican Fede, quien ya por correo había rendido cuentas de su timidez, supongo que por ese motivo y, sumado a que me ubiqué en la “otra punta de la mesa” no escuché de él más que un “hola” y un “chau”, pero quien en sus escritos demuestra el quantum y la calidad de su potencial discursivo. Naty también se encuentra más alejada, pero el intercambio y recomendación de infusiones resultó interesante, no puedo dejar de hacer referencia a su dulzura y al brillo que irradia al hablar.
Iris me sorprende con una belleza genuina y una jovial apariencia, supongo que ha de ser de esas personas que logran captar mi atención ante la admiración que me generan. Martin, “el de las galletitas” me sorprende con su historial deportivo, quien me recomienda una modalidad de “yoga” para mi totalmente desconocida, de la que obviamente ya no recuerdo el nombre.
Gabriela y Diego intencionalmente agrupados, recrean en mí la sensación de desear abandonar el taller en la segunda clase ante una discusión estéril que abarcó media hora, donde se juzgaba erróneamente (desde mi posición político-ideológica) de “machista” la simple referencia al “culo” prominente de las centroamericanas, acá le hago el aguante al “compañero”, creo que Gabriela ejerció su poder de censura y emitió un evidente juicio de valor sobre las palabras que dejaron de ser libres. Bueno, supongo sabrá perdonárseme el sincericidio precedentemente descripto…
Por fin piden la cuenta, para colmo se agarraron la mesa de la ventana que es la más solicitada. Tengo al grupo que me envió mi primo esperando en la vereda. Cuando les dejé el ticket con el chupetinero hubo un entusiasmo que me hace desear que el dueño escuchara los comentarios. Pensar que cuando le sugerí la idea se rió y la adoptó gracias a que le gustó a su novia.
Que grupo raro, cuando me acerqué hablaban de unas galletitas especiales, preguntaron quienes adherían y todos levantaron la mano, también la vieja, ¡si, yo le vi una cara de fumona!
¡Ufa! ahora que pagaron y se fueron dos, los otros decidieron pedir café, voy a llamar a los amigos de mi primo para que se amontonen en la mesa del fondo hasta que estos se vayan.
¿Serán empleados de una oficina? No parecen. Quizás sean de un grupo de teatro, por aquí pasan muchos. La vieja debe ser la vestuarista y la petisita de enfrente seguramente la diseñadora, se ve que están acostumbradas a trabajar juntas. Los dos que se fueron deben ser el director y la autora de la obra. El que está sentado en la punta seguro es el tramoyista y los demás son actores, las chicas son muy desenvueltas, actrices jóvenes, de esas que están esperando dar el salto a la fama.  Todos se rien mucho y hablan todo el tiempo. Se ve que es un equipo de trabajo donde todos se llevan bien. 
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Sin duda alguna algo los llevo a todos a encontrarse en ese bar, algo los obligo  a compartir de nuevo ese minúsculo paréntesis que repetían jueves a jueves, y el cual irremediablemente había sido disuelto hace una semana, ¿Quizá era un manotazo de ahogado? ¿Una chance para rellenar vacios?, vacios de personas que conocieron de una forma bastante extraña. Ese grupo tenía una cualidad diferente al resto de los grupos, habían empezado a conocerse con el pie izquierdo, pero con eso no estoy diciendo que se empezaron a conocer erróneamente sino que su contacto y sus recuerdos en común eran los que habían nacido de ese paréntesis semanal en el cual cada uno de ellos sacaba, cuando se animaba, algunas estrofas de lo más recóndito de su ser,  y lo compartía con perfectos desconocidos. Es por eso que ese grupo se conocía mínimamente pero esa pizca de conocimiento era el diamante que escondían sus playas. Y la poca noción que se tenían ente si se ponía en evidencia a medida que iban llegando los comensales.
–Vos sos el de la galletita.
- Vos la de las tres mujeres que te definían.
 Y así eran las presentaciones. Se conocían solo por los textos y nada más. Conocían solamente los picos que salían de entre las nubes de cada una de las montañas de cualidades que conforman sus seres.
Han empezado con el postre claramente. Pero ahí estaban tratando de conocer sus bases, Sus     historias mínimas, incluso sus nombres. Casi desesperadamente se agarraban de esas pequeñas cualidades que iban saliendo a flote durante la cena. Poco a poco los textos se iban tomando forma antropomorfa, les iban naciendo cabecitas, pies y brazos. Tenían una historia por detrás, eran geólogas, directores de cine, vegetarianas, se habían escapado de su pasado de la manera más geográfica posible, tuvieron 15 citas a ciegas, usaban la guía T en una especie de oposición marginal al avance de la tecnología y militaban en el partido comunista.
El filosofo Martin Heidegger decía que las obras de arte se tenían que observar sin tener en cuenta los autores y a las circunstancias de las mismas, ni siquiera su entorno. Esa noche me di cuenta de que tan equivocado estaba pues creo que todos habían disfrutado revelar en el otro a toda la ciudad de características que se ocultaba detrás de ellos y tan solo con la ayuda de un texto leído un jueves y ahora usado como una guía T.
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Conocer al autor para terminar de interpretar lo que dicen sus silencios y descubrir lo que puede callar a gritos. Dar esa vuelta de rosca que pone “patas pa arriba” al creador de la obra haciendo caer de sus bolsillos aquellas valiosas monedas que no quiere soltar.
Esa noche dejamos de ser tan desconocidos para volvernos conocidos compañeros del arte. Quizás sigamos siendo impredecibles al leer lo que escribimos que en definitiva, es lo que somos, pero sí podamos predecir qué es lo que abunda en nuestra materia prima:
Iris y su dulzura, Fede con sus sueños de Hollywood, Barbi con su humor, Diego y sus teorías, Aldo con su cariño de barrio, Martin con su arte culinario poco común, Sabri y su amor hacia los animales…
Encontrar gente en esta gran ciudad que comparta el mismo gusto que uno por las letras, es una palmada en la espalda que nos dice, ¡adelante! Nos obliga en cierta forma a ir por más, a jugar con las palabras, con las comas.  Entretenerse como niños con las letras que toman formas enormes, en textos que nos dibujan a nosotros mismos en el papel que desvestimos antes los ojos críticos de los demás.
Algunos escribirán para ser reconocidos ante la sociedad; otros porque no pueden dejar de hacerlo y no saben ni de dónde viene la inspiración; quizás, haya algunos a los que les avergüence mostrar lo que hacen y otros, que solo escriban para su propio deleite, pero lo importante es que escribimos y que bueno abrigarnos con la misma satisfacción.
Ya pasó el frio, así que tanto abrigo no pero sí zambullirnos en más cuentos llenos de suspensos, risas, amores…. ¿Alguno tiene pileta?
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-          Yo tengo pileta
-          ¿Pero vos no vivís en un departamento?
-          Sí, pero el edificio tiene amenitis
-          Suena a enfermedad. Una que les agarra a los edificios.
-          Muy gracioso, pero es una palabra en ingles que significa…
-          Si, ya sabemos, pero vos la pronuncias sin el acento en la e, es aménitis. Si la pronuncias sin el acento es verdad que parece una enfermedad
-          La enfermedad de los edificios son las personas
-          …..
-          ¿Tenemos un antisocial en el grupo?
-          O que se lleva muy mal con el consorcio
-          No soy antisocial, soy tímido
-          Si, bueno. Pero si las pocas veces que abrís la boca decís frases como esa, después no te quejes de que no te inviten a fiestas
-          Fue un chiste.
-          Igual tengo la sensación de que ese tipo de ideas son las más seguras para escribir. Ideas oscuras, pesimistas, sórdidas.
-          ¿Más seguras?
-          Si, nadie te va a mirar con sorna si escribís un cuento, por ejemplo, sobre un chico de la calle que termina asesinado por la policía. En esos casos no va a importar mucho si está mal escrito o lleno de lugares comunes. El que se anime a decir que no le gusta queda como un hijo de puta.
-          Estas exagerando. Y les tenés muy poca fe a los lectores.
-          Además, esa misma idea es muy pesimista. Así que estás cayendo en lo que criticas.
-          Es verdad, pero creo que cuando pones sobre el papel algo que te encanta pero que al mismo tiempo te da miedo que pueda dejarte en ridículo, ahí sabes que estás creciendo. No digo que no haya otras formas de crecer, pero esa es una.
-         
-          Me convenció, mañana mismo me voy a sentar a escribir un texto humillante
-          Escribamos todos textos humillantes
-          ¡Brindemos por los textos humillantes!
-          ¡Salud!
-          Pidamos mas maníes
-          Entonces ahora que llega el calor, podemos hacer una reunión en tu pileta
-          Es que por reglas del edificio no te dejan llevar más de un invitado, a menos que sean padres o hijos. No podemos ir todos nosotros.
-          ¿Para qué la ofreciste entonces?
-          No ofrecí nada, preguntaste si alguien tenía pileta. Yo tengo pileta.
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¿Sucedió de verdad? ¿Como sé que no fue un sueño? Una mezcla de recuerdos, imágenes astilladas y palabras sueltas. Me concentro, pero la arena se escabulle de mis manos. Igual no importa.

...

Seguro que están todos locos, de eso no hay duda. Unos revolucionarios desfasados en tiempo y formato. Hoy a nadie le importan.  Se nota que no encajan, su aspecto no pulcro, desaliñado, rebelde, ¿pero no se dan cuenta que ya nadie usa jopo? No son fáciles de encasillar, se los ve poco cosificados, asustan.

Las mujeres parecen dirigirlos, detrás de su belleza agridulce se ocultan obscuros designios, son las mas peligrosas. Y ellos con sus máscaras, desplegando oleadas de humor (barato, pseudo sofisticado), tratan de impresionarlas, jaja. ¡Que patéticos! Esta gente le hace mal a la sociedades del mañana. Habría que prohibirlos.

...

Tengo que intervenir antes que los neutralicen, ya quedan pocos. En lugares como éste, están protegidos, reunirse los fortalece. 
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